viernes, 16 de mayo de 2008

La heterosexualidad obligatoria y la existencia lesbiana (1978)

Adrienne Rich

Si las mujeres son las fuentes más tempranas del cuidado emocional y de la
nutrición física para los niños tanto del sexo femenino como del masculino,
parecería lógico, al menos desde una perspectiva feminista, plantear las
preguntas siguientes: si la búsqueda de amor y ternura en ambos sexos no
lleva originalmente hacia las mujeres; por qué de hecho alguna vez las
mujeres querrían dar una nueva dirección a esa búsqueda; por qué la
supervivencia de la especie, los medios de fecundación y las relaciones
emocionales y eróticas deberían, en todo caso, volverse tan rígidamente
identificados los unos con las otras; y por qué deberían de encontrarse con
restricciones tan estrictas para obtener a fuerzas la lealtad emocional y
erótica de la mujer y su subordinación a los hombres. Dudo que suficientes
estudiosas y teóricas feministas hayan hecho el esfuerzo de reconocer las
fuerzas sociales que arrancan las energías emocionales y eróticas de las
mujeres de ellas mismas, de las otras mujeres y de los valores identificados
con la feminidad. Estas fuerzas, como trataré de mostrar, van de la
esclavización física literal hasta el disfrazamiento y la distorsión de
opciones posibles. (...)

En su ensayo «El origen de la familia», Kathleen Goughe numera ocho
características del poder masculino en sociedades arcaicas y contemporáneas,
características que quisiera usar como marco de referencia: «la capacidad de
los hombres de negar la sexualidad de las mujeres o de imponerla a ellas;
administrar o explotar su trabajo para control su producto; controlar a sus
hijos o despojarlas de ellos; encerrarlas físicamente e impedir su
circulación; o negarles acceso a grandes áreas del conocimiento social y de
los logros culturales». [1] (...)

Es más fácil de reconocer la manera en que algunas de las formas en que el
poder masculino se manifiesta obligan a la heterosexualidad más que en
otras. Sin embargo, cada una de las que he enunciado contribuye al conjunto
de fuerzas dentro de las cuales las mujeres han sido convencidas de que el
matrimonio y la orientación sexual hacia los hombres son componentes
inevitables de sus vidas aunque sean insatisfactorios u opresivos. El
cinturón de castidad, el matrimonio infantil, la erradicación de la
existencia lesbiana (excepto como exótica y perversa) del arte, la
literatura y el cine, la idealización del amor y el matrimonio heterosexual;
todas estas son formas bastante obvias de compulsión, las primeras dos con
el concurso de la fuerza física, las otras dos con el control de la
conciencia. Mientras que las feministas han atacado la clitoridectomía como
una forma de tortura contra las mujeres, [2] Kathleen Barry fue la primera
en señalar que esto no es simplemente un modo de convertir a una muchacha en
mujer «casable» mediante una cirugía brutal. Tiene como objeto que las
mujeres en la proximidad íntima del matrimonio polígamo no quieran formar
relaciones sexuales entre ellas, que desde una perspectiva masculina y
genital fetichista las conexiones eróticas femeninas, estarán literalmente
excluidas, incluso en una situación de segregación de sexos. (...)

En su estudio brillante "El hostigamiento sexual de las mujeres
trabajadoras: Un caso de discriminación sexual", Catharine A. MacKinnon
traza la intersección de la heterosexualidad obligatoria y la economía. Bajo
el capitalismo, las mujeres son segregadas horizontalmente por sexo y ocupan
una posición estructuralmente inferior en el lugar de trabajo.(...). Ella
cita una gran cantidad de material que documenta el hecho de que a las
mujeres no sólo se les segrega en trabajos de servicio mal pagados (como
secretarias, empleadas domésticas, nanas, secretarias, operadoras
telefónicas, educadoras, meseras), sino que además la «sexualización de la
mujer» es parte del trabajo. Un requisito central e intrínseco a las
realidades económicas de la vida de las mujeres es el de que las mujeres
«ofrecerán comercialmente su atractivo a los hombres, que tienden a detentar
el poder y la posición económicos para imponer sus predilecciones». [3]
(...)

Esto da lugar a una diferencia específica entre las experiencias de las
lesbianas y las de los hombres homosexuales. A una lesbiana, que oculta sus
preferencias en el trabajo por los prejuicios heterosexistas, no sólo se le
fuerza a negar la verdad de sus relaciones fuera del trabajo o en su vida
privada; su trabajo depende de que pretenda ser no sólo heterosexual, sino
una mujer heterosexual en términos de vestir y actuar el papel femenino y
deferente, requerido de las mujeres «reales». (...)
no importa sEr heterosexual, sino PARECERLO

La heterosexualidad obligatoria simplifica la tarea del proxeneta y del
alcahuete en los círculos de prostitución universales y en los «centros
Eros» mientras que, en la privacidad del hogar, lleva a la hija a «aceptar»
la violación incestuosa de su padre a la madre, a negar que ello está
ocurriendo, a la esposa golpeada a permanecer con un esposo abusivo. «Hacer
amigos o cortejar» es una de las prácticas más importantes del alcahuete,
cuyo trabajo consiste en entregar la muchacha escapada o confusa al chulo
para que la prepare. La ideología del amor heterosexual, transmitido a ella
desde la infancia por los cuentos de hadas, la televisión, las películas, la
propaganda, las canciones populares, las ceremonias nupciales, es un
instrumento idóneo en manos del alcahuete, y uno que no duda en usar, como
documenta Barry. El temprano adoctrinamiento femenino en «amor» como emoción
puede ser en gran parte un concepto occidental; pero una ideología más
extendida profesa la primacía y la incontrolabilidad del impulso sexual
masculino. (...)

El supuesto de que «la mayoría de las mujeres son innatamente
heterosexuales» destaca como una piedra de choque para el feminismo. (...)
Sin embargo, la omisión en examinar la heterosexualidad como una institución
es como la omisión en admitir que el sistema económico llamado capitalismo o
el sistema de castas del racismo se mantiene por una variedad de fuerzas,
incluyendo tanto la violencia física como la falsa conciencia. (...)

He escogido usar las expresiones de existencia lesbiana y continuo lesbiano
porque la palabra lesbianismo tiene resonancias clínicas y limitantes. La
expresión existencia lesbiana sugiere tanto el hecho de la presencia
histórica de las lesbianas como de la creación continua del significado de
esa existencia. Con el término de continuo lesbiano me propongo incluir una
gama de experiencias identificadas con la mujer a través de la vida de cada
mujer y a través de la historia y no simplemente el hecho de que una mujer
haya tenido o deseado conscientemente experiencia sexual genital con otra
mujer. Si lo expandimos para que incluya muchas más formas de intensidad
primaria entre mujeres, como el compartir una vida interna rica, la
asociación contra la tiranía masculina, el dar y recibir apoyo práctico y
políticos y también podemos detectarlo en tales asociaciones como
resistencia al matrimonio (...) empezamos a captar dimensiones de la
historia y la psicología femeninas que han quedado fuera de nuestra
comprensión como consecuencia de definiciones limitadas, casi todas clínicas
del lesbianismo.

La existencia lesbiana comprende tanto la ruptura de un tabú como el rechazo
de un modo de vida obligatorio. También es un ataque directo e indirecto al
derecho masculino de acceso a las mujeres. (...)

Históricamente, las lesbianas han sido privadas de una existencia política
mediante su supuesta inclusión como versiones femeninas de la homosexualidad
masculina. Poner en el mismo plano la existencia lesbiana y la
homosexualidad masculina porque ambas son objeto de estigma es borrar la
realidad femenina una vez más. Obviamente, parte de la historia de la
existencia lesbiana se encuentra donde les lesbianas, a falta de una
comunidad femenina coherente, han compartido una especie de vida social y de
causa común con los hombres homosexuales. Pero hay diferencias: la falta de
privilegios económicos y culturales de las mujeres con respecto a los
hombres, las diferencias cualitativas entre las relaciones femeninas y las
masculinaspor ejemplo, los patrones de sexo anónimo entre homosexuales
masculinos y la pronunciada consideración de la edad en los patrones de
atractivo sexual entre los hombres homosexuales. Yo percibo la experiencia
lesbiana, como la maternidad: una experiencia profundamente femenina, con
opresiones, significados y potencialidades particulares que no podemos
comprender si simplemente las engrampamos con otras existencias sexualmente
estigmatizadas. (...)


Si consideramos la posibilidad de que todas las mujeres desde la infante que
mama del pecho de su madre a la mujer crecida que experimenta sensaciones
orgásmicas al dar de mamar a su propia progenie, tal vez al recordar el olor
de la leche de su madre en el de la suya propia, a dos mujeres, como la Cloe
y la Olivia de Virgina Woolf, que comparten un laboratorio, a la mujer que
muere a los noventa, tocada y cuidada por manos de mujer existan en un
continuo lesbiano, podemos vernos como saliendo y entrando a este continuo,
ya sea que nos identifiquemos como lesbianas, o no. (...)

No se puede suponer de las mujeres como las que aparecen en el estudio de
Caroll Smith-Rosenberg que se casaron, seguían casadas y, sin embargo,
vivían en un mundo femenino profundamente emotivo y pasional, que hayan
preferido o escogido la heterosexualidad. Las mujeres se han casado porque
era necesario para sobrevivir económicamente, para tener descendencia que no
sufriera de privaciones económicas ni del ostracismo social, para permanecer
respetable, para hacer lo que se espera de una mujer, porque, al provenir de
una niñez supuestamente anormal querían sentirse dizque normales y porque se
ha presentado el amor heterosexual como la gran aventura, deber y
consumación para la mujer. Podemos haber obedecido a la institución de la
heterosexualidad fiel o ambivalentemente, pero nuestros sentimientos y
nuestra sensualidad no han sido domados ni contenidos dentro de ella
. (...)

La doble vida este consentimiento aparente de una institución fundada en el
interés y las prerrogativas masculinas ha sido característica de la
experiencia femenina: en la maternidad y en muchos tipos del comportamiento
heterosexual, incluyendo los rituales del cortejo; la pretensión de la
sexualidad de la esposa decimonónica; la simulación del orgasmo de la
prostituta, de la cortesana, de la mujer «sexualmente liberada» del siglo
XX. (...)

La identificación femenina es una fuente de energía, un dínamo potencial del
poder femenino, cercenado y contenido por la institución de la
heterosexualidad. La negación de la realidad y de la visibilidad a la pasión
de la mujer por la mujer y a la elección de una mujer por otra como aliada,
como compañera de vida y como comunidad, el forzar tales relaciones al
disimulo y a su desintegración bajo intensa presión han significado una
perdida incalculable del poder de todas las mujeres para cambiar las
relaciones sociales entre los sexos, para liberarnos cada una y las unas a
las otras. La mentira de la heterosexualidad femenina obligatoria daña ahora
no sólo los estudios feministas, sino todas las profesiones, todas las obras
de referencia, todos los planes de estudio, toda relación o conversación
sobre la que se cierne. (...)

Otro nivel de la mentira es la implicación que se encuentra con frecuencia
de que las mujeres se vuelven hacia las mujeres por odio a los hombres. El
escepticismo profundo, la precaución y la justa paranoia acerca de los
hombres puede de hecho formar parte de la respuesta de cualquier mujer sana
a la misoginia de la cultura dominada por los hombres, alas formas asumidas
por la sexualidad masculina supuestamente normal, y por la incapacidad,
incluso por parte de hombres supuestamente sensibles o politizados de
percibir o considerar estos asuntos como perturbadores. Se representa
también la existencia lesbiana como un mero refugio de los abusos de los
hombres más que como una carga ecléctica y reforzadora entre las mujeres.
(...)

Podemos decir que hay un contenido político naciente en el acto de elegir a
una amante o a una compañera de vida mujer frente a la heterosexualidad
institucionalizada. Pero para que la existencia lesbiana consume este
contenido político en una forma liberadora hasta las últimas consecuencias,
la decisión erótica debe profundizarse y expandirse en una identificación
femenina consciente: en un feminismo lesbiano.

La obra que queda por delante, la de desenterrar y describir lo que aquí
llamo «existencia lesbiana» es potencialmente liberadora para todas las
mujeres.(...)

La cuestión surgirá inevitablemente: ¿Debemos condenar todas las relaciones
heterosexuales, incluyendo las menos opresivas?. Creo que este asunto,
aunque con frecuencia emotivo, está mal planteado aquí. Hemos estado
empantanados en un laberinto de dicotomías falsas que nos impide aprender la
institución en su conjunto: matrimonios «buenos» contra «malos»; «matrimonio
por amor» contra matrimonio arreglado; sexo «liberado» contra prostitución;
relaciones sexuales heterosexuales contra violación [4]; Liebeschmerz [5]
contra humillación y dependencia. Desde luego, dentro de la institución de
la heterosexualidad existen diferencias cualitativas de experiencia; pero la
ausencia de alternativa sigue siendo la gran realidad no reconocida, y por
la ausencia de alternativa, las mujeres seguirán dependiendo de la
oportunidad o de la suerte de relaciones particulares y no tendrán el poder
colectivo para determinar el significado y el lugar de la sexualidad en sus
vidas.
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Notas:

[1] Kathleen Gough, «The origin of the family» en Toward an anthropology of
women (Hacia una antropología de las mujeres) ed. Rayna [ Rapp] Reiter(New
York: Monthly Review Press, 1975), p. 69-70.

[2] Frans P. Hosken «The violence of power: Genital mutilation of females»
(«La violencia del poder: La mutilación genital de las mujeres'), Heresies:
A Feminist Journal of Arts and Politics 6 (1979): 28-35.

[3] Catharine A. MacKinnon, Sexual Harassment of Working Women: A Case of
Sex Discrimination (NewHaven: Yale University Press, 1979), p. 174.

[4] Dicotomía que funciona en inglés, no en castellano. N. del T.[5] Dolor
de amor. N.

posteado por RIMA

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