martes, 4 de marzo de 2008

"Muchos creen que la violencia es base de la masculinidad"

ENTREVISTA A LAURA SEGATO, ANTROPOLOGA

En los vínculos humanos persisten aún modelos en los que prima la asimetría, la estructura patriarcal e incluso la presunción de que se es varón sólo si se puede mostrar un poder abusivo sobre la mujer.

Claudio Martyniuk. cmartyniuk@clarin.com

En el mundo ha avanzado en cuanto a derechos humanos, pero se verifican también día a día innumerables actos de discriminación. Respecto concretamente de la relación entre hombres y mujeres, ¿hay alguna sociedad que trate exactamente igual a unas y a otros? —Las relaciones de género conforman la estructura histórica más lenta. Cambiarla, cambiar la visión jerárquica que tenemos sobre las relaciones sociales —cuya primera experiencia es la familia—, lleva un tiempo más largo que todas las otras costumbres juntas. Yo veo a la familia como una institución eminentemente jerárquica, en la que entramos y aprendemos cómo es la escena social. A pesar de las diferencias de las organizaciones familiares tanto entre culturas como dentro de nuestra propia sociedad, ese elemento jerárquico, patriarcal, es universal, con variaciones en su manera de realizarse. Eso instala una visión, una estructura simbólica y una forma de organizar la realidad que es jerárquica.
¿Pero no cree que ha habido cambios en esa estructura tan jerárquica como usted la juzga?
—No creo que sean cambios sustantivos. Existen, sin duda, muchas infracciones a ese canon familiar patriarcal. Cada familia particular y cada sujeto particular introducen sus variaciones, sus matices, y pueden vivir la familia de otra forma, subvertirla. Pero esas infracciones o subversiones personales o de grupos todavía no han alcanzado a transformar esas representaciones fuertes que tenemos de lo que es un hombre, una mujer, un cuerpo de mujer y de hombre, y lo que ambos significan como signo.
¿Qué efectos trae para las mujeres este dispositivo jerárquico?
—Pasan a integrar lo que podemos llamar "economías simbólicas": economías de relacionamiento, de valor y de intercambio donde las mujeres entran como algo violable, violentable, casi como si ese rango proviniera de un mandato. Se es hombre en la medida en que se puede extraer un tributo del cuerpo femenino, de ese signo femenino que es el cuerpo. No estoy negando la afectividad elaborada, discutida y reflexiva, que lleva al hombre a comprender que una cosa es una relación afectiva y otra cosa es la extracción. Obviamente, hay infinidad de casos en que la mujer no es un objeto del cual se extrae ese tributo que convierte al hombre en señor. Pero sabemos también (y lo leemos todos los días) en cuantos casos la mujer es un objeto sobre el que se ejerce violencia y poder abusivo.
¿La masculinidad suele constituirse entonces a través del ejercicio de la violencia sobre las mujeres?
—La violencia no necesita ser una violencia física o una violación, pero siempre implica una extracción de tributo. Muchos hombres creen que no son tales si no consiguen esa donación femenina hacia él. A veces uno lo olvida porque está como "naturalizado". Hay una presión social que no se origina en el sujeto mismo, sino que funciona como consenso: ser sujeto masculino, de cierto grupo o blanco —depende del país donde estemos— implica proceder de cierta manera. El poder maltratar a alguien, el presentarse como sujeto de poder es parte de un círculo que se reproduce en las sociedades. Hay sociedades construidas sobre verdaderos circuitos de violencia, que se mantienen y reproducen mediante la posibilidad de que siempre haya maltratados (sobre todo, maltratadas) y maltratadores.
¿La violencia sobre las mujeres es una violencia como las demás o tiene rasgos propios?
—Tiene rasgos propios. Para muchos hombres, es un paisaje habitual de la construcción de la masculinidad. Pensemos en el caso extremo de las violaciones. Siempre se las consideraba como productos de individuos locos, que un día salen a la calle y violan. Pero luego de muchas investigaciones, se vio que más de la mitad de las violaciones eran hechos grupales, muy característicos de los adolescentes, que tienen que pasar por esa "iniciación" para ser parte de un grupo de amigos, de una banda, de una patota. ¿Qué pasa, por otra parte, con los hombres que sienten que el primer gesto de poderío es la exhibición de mujeres? El acceso a la mujer se muestra como si fuera el signo de lo que se tiene en el campo de lo político, de lo económico, lo intelectual.
¿Cómo romper con esa lógica de la violencia?
—Con mucha conciencia. El sujeto que está en el lugar del maltratador debe poder extirpar el chip implantado que trae y desautomatizar el mandato de ejercer poder sobre el otro. El trabajo de desimplantar es muy arduo. Sobre todo, hay que vislumbrar otros placeres y desear algo que se encuentra fuera de esa "economía simbólica" de la que hablábamos.
Es como exigir nadar en contra de la corriente.
—Quizá no sea tanto. Son muy grandes los placeres de la igualdad, de estar juntos, de compartir sin diferenciación, de bajarse cuando se está arriba y de subirse cuando no, y de que lo ayuden a subir cuando se está por abajo, produciendo un mundo de iguales.
Me resulta difícil detectar un ejemplo de sociedad construida tan claramente sobre un circuito de violencia.
—No es tan difícil. Piense en Ciudad Juárez. Es la frontera norte de México, en el centro del territorio y es una frontera extremadamente violenta. Estados Unidos está protegido por un desierto enorme, ganado a México, que no se puede cruzar a pie, pero la gente intenta cruzarlo cada día, atravesando a pie ese desierto. Sabemos que muchos mueren en la travesía. Es una frontera donde suceden muchas muertes de mujeres, coincidiendo con la formación del NAFTA. Es una coincidencia significativa.
¿Por qué?
—Asocie frontera, NAFTA, maquiladoras, tráfico ilegal de todo tipo de cosas —no sólo de drogas— y muertes misteriosas de mujeres. Es la gran frontera del tráfico ilegal, en especial de capitales sueltos. Uno de los grandes enemigos de la humanidad son esos capitales sueltos, no declarados. Muchas muertes consumen esas ganancias que circulan sin declaración; muchos pactos mafiosos se sellan a causa de ellos. Mi tesis es que en México se sellan con muertes de mujeres. Algunas hipótesis hablan de esas muertes como instrumentales: serían pa ra pornografía, para ciber pornografía, para donación de órganos... Todo eso implica un beneficio económico directo de esos cuerpos de mujeres. Pero yo creo que los móviles van más allá. Hay prostitución en esa región, pero las muertes son de otro tipo. Cuando un delito dura mucho tiempo impune, es indudable que hay un gran poder por detrás que lo protege. ¿Quién duda de que detrás de los crímenes de mujeres en Ciudad Juárez hay alguna asociación de poderes políticos y económicos? A punto tal de que incluso "se exportan".
¿A qué se refiere?
—A que en todo 2005 aumentaron significativamente los crímenes de mujeres en Guatemala; muchos de ellos fueron el final de un secuestro. En esos cuerpos se inflinge mucho más dolor del que sería necesario para matar a alguien, o para violarlo, o para extraer de ese cuerpo un placer sexual. Eso es lo que para mí es muy revelador. Si un grupo secuestra y viola masivamente a una mujer, es un crimen sexual. Pero en estos crímenes —nunca de manera muy clara, porque en los peritajes se desdibujan las evidencias—, hay mucha más violencia y se provoca más sufrimiento de lo que sería necesario para obtener un servicio sexual o para matar a alguien. Eso es lo que es muy significativo y específico de Ciudad Juárez, y ahora también de Guatemala. Pero fíjese como el crecimiento es exponencial: en Ciudad Juárez se habla de entre trescientas y cuatrocientas muertes en una década; en Guatemala hubo más de quinientas muertes de ese tipo en 2005.
¿Qué puede hacer el derecho ante estos crímenes?
—Ha habido visitas de Amnesty International, de la ONU, de una comisión de la CEDAW (que es la Convención para la Eliminación de todas las formas de Discriminación contra la Mujer) y en todos los informes hay recomendaciones para el Estado mexicano, que dice cumplirlas. Pero todas las semanas muere una mujer. La lucha que tienen pendiente las mujeres es transformar ese delito elevándolo al rango de crimen de lesa humanidad para que pueda ir al Tribunal Penal Internacional.

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